martes, 23 de noviembre de 2010

Letras de a veces y sueños perdidos.

Alguna vez mi papá me quiso y me espero durante largas noches haciendo castillos en el aire. Imaginó rescates. Planeó estrategias. Ahorró brillantes cuentas. Tuvo un secreto terror no confesado de perderme, antes… mucho antes siquiera de imaginarme.

Alguna vez mi papá sintió que era yo lo único que necesitaba, que vería por mis ojos, que se reflejaría en mi sonrisa, que yo podría darle sentido a sus miedos y a las dudas.

Alguna vez mi papá me amó con un amor ciego que no le permitió ver los fantasmas que me perseguían. Me cuidó torpemente de lo que no necesitaba cuidarme y me dejó a la merced de palabras y seres incorrectos.

Alguna vez mi papá me usó como un pretexto, una justificación de tanto trabajo, de tantas ausencias, de tantos intentos de escapar; llegó a creer incluso sus propias mentiras nombrándolas por mí. Fui el motivo perfecto del derrumbe.

Un día, después de mucho intentar, se cansó y me soltó. Se guardó en el bolsillo las dudas y los miedos y prefirió ya no ver más hacia acá en espera de respuestas, mucho menos de agradecimientos.

Y soy lo único que ahora mi padre no tiene…
Ahora que puede mover el mundo, deshacer los castillos, vivir sin necesidad de pretextos. Soy un sueño que se le fue de las manos… Un dolor pequeño que a veces no recuerda.

Yo alguna vez desee que ojalá desapareciera para siempre y que por dios nunca se atreviera a morirse; le hablé sólo para pedir: dinero, consejo, soluciones.  Y no le hablé cuando deseaba con todas las fuerzas que me leyera la mente y apareciera para que regresara el tiempo y construyera castillos en el aire, porque haber hablado significaría confesar que alguna vez lo quise, que lo usé mil veces como pretexto, que lo amo ciegamente y que ojalá fueran sus ojos lo único que yo necesitara.

domingo, 18 de julio de 2010

Torreón

Puedes seguir enumerando cosas, buscar todas las razones, pero entre tú y yo se acabó.

Me fui para ya no escuchar tus gritos de pólvora.

Me cansé de la escena constante de familias mutiladas, de llantos acumulados una lágrima sobre la otra, hasta formar una costra que ya no se nota; ya no se siente.

Ya no soporto el gris de tus calles. El silencio de las miradas que se desvían para ya no ver el rojo que se incrusta en las paredes y en los pisos.

Lo sé.

Habrá quién haya resistido más y peores cosas, pero yo no puedo. Por mucho que me duele reconocer mi cobardía, me duele más regresar sólo a buscar fantasmas, a cavar tumbas, a enterrar fragmentos de las pocas cosas buenas que llegaste a ofrecerme. Sé que de cualquier forma tengo que verte, escuchar de ti las historias tristes que se seguirán acumulando en notas que mañana no serán ni murmullo.

Extrañaré a los amigos que viví por ti, la buena época, aquella ilusión que alguna vez compartimos de llegar a ser algo grande. Han sido muchos años y muchas muertes esperando a que cambiaras.

Te agradezco los años de tranquilidad, esos de cuando no pasaba nada -si acaso el polvo-, las tolvaneras, el calor, la lucha por la cultura, el surrealismo...

martes, 13 de julio de 2010

Aquí

Se fue.

No hubo largas despedidas, discursos, ni llanto, ni buenos augurios. Nada. Ni siquiera le aviso a nadie. Un día sólo tomó una maleta que lleno de objetos sin pensarlo mucho y se fue.

Al día siguiente ya no pertenecía a la cuidad de la infancia. Los amores ya no eran. Los amigos la miraban extrañados tratando de reconocer aquello que alguna vez los unió y que ahora parecía sólo un recuerdo borroso del temperamento iracundo, el sueño adolescente, el cambio de la vida.

Aquí ya no es allá.

Aquí llueve todos los días. Hay ataques de llanto en el metro, miradas perdidas que se reconocen por un instante y se olvidan al siguiente; ruidos, luces, voces, olores diferentes en cada esquina. Un caminar constante por calles que parecen conocidas de otra vida. Esta sensación de estar parada sobre un pantano: ahora pisa en firme. Ahora se cae. Sueños que están resucitando.

Aquí.
Ya no es.
Allá.

Amanece a veces en los ojos de otro loco y, por instantes, pertenece.
Ahí no hay pasado ni futuro ni dudas ni ausencia.
Incluso ese dolor viejo que se coló en el equipaje parece diluirse...

Aquí.

Allá, ya no existe.

viernes, 28 de mayo de 2010

¿Quién dijo que estoy llorando?

Traté, el poco tiempo que quedó, de descifrar una cabeza que no entiendo, que está llena de humo, que no sabe y no quiere saber.

Traté de abrazar a un corazón que está de espaldas acariciando el pasado.

Traté de nuevo de decir lo que en verdad siento. Las cosas que me abruman en el instante ese maldito antes de quedarme dormida. Quise gritarle que por eso no duermo, para no vivir ese instante. Ese en el que mi corazón sueña ingenuamente, estúpidamente, que es visto, que es escuchado, que podría ser acariciado.

Traté muchas cosas pero estaba muda; mis dedos no respondían

¿Por qué lloras?... Nadie te ha prometido nunca nada y mucho menos la luna.

Me acomode la ropa. Sonreí, la foto. Sin preguntas. Sin tratar. Sin pensar en la ausencia que me invade. Yo no lloro... ¿Quién dijo que estoy llorando?

sábado, 22 de mayo de 2010

Dejá Vú #2

En esta danza de la realidad me doy cuenta de que existen momentos, diminutos fragmentos de luz que de pronto se aparecen para darnos un mensaje. A veces somos capaces de intepretarlos y ahí darle vuelta a la historia.

El siguiente es un fragmento de luz que un día escribí... y que no leí a su debido tiempo:

"Vivimos constantemente rodeados de cosas y circunstancias que no nos satisfacen, que estan rotas, sucias, descuidadas, que no nos gustan y que simplemente toleramos como un dolor con el que aprendes a vivir y un día (casi siempre tarde) descubres convertido en un cáncer.

Yo quiero estar despierta y limpiar, remendar, acomodar, dejar espacio para las cosas nuevas y buenas y quitar desde lo más profundo las cosas terribles. Aunque queden cicatrices. Quiero estar despierta para mantenerlo."

Claudia de Febrero 2007 (Después de una explosión entre el árbol y el arado, escrito en una servilleta)

jueves, 20 de mayo de 2010

Dejá vú #1

En honor a varios Dejá Vú que he sentido en los últimos días, sacudo estas letras viejas y las echo al aire, a ver a dónde llegan...

Esta es la Claudia de mayo de 2006 (antes de la división):

"Sigo intentando acabarme todos los renglones para que se pase el tiempo y te lleve a cuestas. Te escurres por todas las cosas, por todas las letras, por la luz que ya no tolero.

Sería bueno que tuvieras una sola raíz para arrancarla de una vez y sin mucha delicadeza; pero no es así, estás ahí, incrustado por todos los rincones, ensuciando aún lo que antes no tocabas y no puedo acabar con esto así como quisiera.

Para tí es fácil porque no abres el alma, permites dar una sola cara y es la misma que te quitas como una máscara para empezar de nuevo cuando te es necesario. Así de fácil.

¿Yo? Yo no fuí advertida de que el alma se puede dañar, ensuciar, romper. He ido por la vida exponiéndola a los golpes y ya estoy llena de remiendos. "

miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Y tu papá? Se está maquillando para ir a trabajar...



Solamente dos clases de hijos podemos dar esa respuesta: Los que somos hijos de un payaso(o mimo) o los hijos de un travesti.

Yo pertenezco a la primera clase. Aunque mi confirmada obsesión por los zapatos de tacón, los brillos y las plumas me hace pensar que un gen travestí muy dominante corre por mis venas.

En mi cabeza de niña, pensaba que todos los papás usaban peluca y nariz roja para trabajar y se cambiaban de nombre en un personaje que yo debía respetar; porque aquel de la peluca era otro. El de la peluca era simpático, siempre sonriente, daba consejos y todo el mundo lo quería cerca.

Mi papá tenía cara de señor enojado, era un exigente obsesivo y yo le tenía miedo. Curiosamente había niños que le tenían miedo al payaso, yo, al otro.

No tarde muchos años en descubrir que mi vida no se parecía a la de los otros niños y que tampoco lo añoraba. Años después, también descubrí que esta dualidad de mi padre me daba la oportunidad de elegir; en el momento en que todos hemos llegado a "odiar" a nuestros padres yo tenía dos para escoger y elegí al de la peluca para no odiarlo.

A la fecha, me divierte mucho "payasear" y responder cuando alguien fastidiado me dice ahh cómo eres payasa: "No puedo evitarlo, ¡lo llevo en la sangre!".

Acerca de enamorarse estúpidamente.


Estos errores que se cometen por segunda vez calan en los dientes como un shock eléctrico. Porque así era: Segunda vez ¡Segunda vez! enamorada estúpidamente. Y no me malentiendan, el amor estúpido no es el que se vive con una locura de telenovela barata, no, el amor estúpido es precisamente eso ESTÚPIDO. Enamorarse de un hombre que uno sabe no va para ninguna parte.

Ya había pasado una vez, en la época de la iluminación. En ese entonces tuvo el pretexto de la ilusión de la gran ciudad, el movimiento felino, la ventana al sueño, las señales confusas y los poemas al borde de la cama ¿Y ahora? ¿Ahora qué podía pretextar? NADA.

Estaba en la puerta, con el pelo revuelto y el corazón en la sonrisa; otra vez enamorada estúpidamente, a la merced de un hombre gato, que ronronea, seduce, utiliza la misma táctica predecible con una y otra y otra imagen que se le pone enfrente.

Para amarle sin psicosis tendría que volverse selectivamente ciega, convenientemente sorda, permanentemente sonriente... ¿valdrá la pena?

Ella contestó que sí, porque no todos los amores estúpidos tienen el mismo final... ¿verdad?

Para empezar...







Siempre he tenido mi normalidad.

Ni la profesión de mi papá, ni la voluntad propia de mi pelo, ni mi afán por inventar personajes para jugar de niña me ayudaron mucho. Solía verme en los espejos esperando volverme loca; detectar el segundo en que por fin pudiera ver como se dividia mi personalidad.

No contaba con que la vida me tenía preparada una etapa de "normalidad" de esa asquerosamente común, asquerosamente corriente, peligrosamente segura... y se me olvidó verme en los espejos.

Así que me perdí del instante en que me convertí en dos personas:

Una que vive tratando de reconocerse en las fotos viejas, incrédula de haber permanecido decentemente peinada tanto tiempo; que trata desesperadamente de regresar el orden a una vida que siempre fue surrealista - surrealista sí, pero ordenada - y que ahora es un rompecabezas.

La otra es un espíritu que no pregunta, que ya no duda, que hace lo que se le antoja, que en alguna parte sabe que este desorden es temporal, pero que lo que sigue sea lo que sea, es lo que importa y es para siempre.