martes, 13 de julio de 2010

Aquí

Se fue.

No hubo largas despedidas, discursos, ni llanto, ni buenos augurios. Nada. Ni siquiera le aviso a nadie. Un día sólo tomó una maleta que lleno de objetos sin pensarlo mucho y se fue.

Al día siguiente ya no pertenecía a la cuidad de la infancia. Los amores ya no eran. Los amigos la miraban extrañados tratando de reconocer aquello que alguna vez los unió y que ahora parecía sólo un recuerdo borroso del temperamento iracundo, el sueño adolescente, el cambio de la vida.

Aquí ya no es allá.

Aquí llueve todos los días. Hay ataques de llanto en el metro, miradas perdidas que se reconocen por un instante y se olvidan al siguiente; ruidos, luces, voces, olores diferentes en cada esquina. Un caminar constante por calles que parecen conocidas de otra vida. Esta sensación de estar parada sobre un pantano: ahora pisa en firme. Ahora se cae. Sueños que están resucitando.

Aquí.
Ya no es.
Allá.

Amanece a veces en los ojos de otro loco y, por instantes, pertenece.
Ahí no hay pasado ni futuro ni dudas ni ausencia.
Incluso ese dolor viejo que se coló en el equipaje parece diluirse...

Aquí.

Allá, ya no existe.

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