jueves, 28 de junio de 2012

No hay peor ciego, que el que quiso acusar en lugar de ver...

He crecido con la sensación de que algo afuera más grande que yo se comunica conmigo; con coincidencias poéticas, catastróficas, avasalladoras, ante las que enmudezco o me pongo pálida de tanto reír sin saber ni siquiera por qué o de qué me río.

- Me río - 

Porque no sé hacer otra cosa; porque es lo que mejor me sale; porque el llanto requiere lágrimas que en algún punto se agotan, y ¿qué chiste tiene la sola mueca?

Hace meses (más de muchos) que la vida corre como desaforada, como con el diablo pisándole los talones, como con dios lanzándole dardos. Trampas de preguntas que jamás podrán responderse porque sus respuestas pertenecen a otra vida

En menos de lo que cantó el año se destaparon todas las cloacas, los innumerables rostros del pretexto. Y no sé si me siento liberada ó culpable ó terroríficamente tranquila ó nerviosa ó ligeramente molesta ó impasible ó eufórica; como un avaro que cuenta. Enlistando las locuras que escurren de mi pelo y los ecos de palabras que acusan.

Todos esos juicios que  salen de dedos anquilosados que me persiguen. Todos esos  dolores que punzan, que sangran... sí, sangre... ¿de qué te sorprende tu propia sangre?, pero lo que sorprende en realidad es la inmovilidad: ver frente a ti tu alma desprendida, y la necedad que se niega a  reconocer que estás ante la presencia de un cadáver.

¿ Y... ?

Casi puedo ver a esos nuncas asustados brincando entre frases inconexas. El cuerpo que que se repliega y finge -tan bien que casi lo logra... - hasta que te topas con los ojos, esos, los mismos en los que sólo puedes ver tu reflejo en llamas y un vacío inmenso, sin matices ¿Qué matiz puede guardar una escena tan gastada?

No hay peor ojo que el que se reventó a si mismo para volverse ciego.