viernes, 28 de mayo de 2010

¿Quién dijo que estoy llorando?

Traté, el poco tiempo que quedó, de descifrar una cabeza que no entiendo, que está llena de humo, que no sabe y no quiere saber.

Traté de abrazar a un corazón que está de espaldas acariciando el pasado.

Traté de nuevo de decir lo que en verdad siento. Las cosas que me abruman en el instante ese maldito antes de quedarme dormida. Quise gritarle que por eso no duermo, para no vivir ese instante. Ese en el que mi corazón sueña ingenuamente, estúpidamente, que es visto, que es escuchado, que podría ser acariciado.

Traté muchas cosas pero estaba muda; mis dedos no respondían

¿Por qué lloras?... Nadie te ha prometido nunca nada y mucho menos la luna.

Me acomode la ropa. Sonreí, la foto. Sin preguntas. Sin tratar. Sin pensar en la ausencia que me invade. Yo no lloro... ¿Quién dijo que estoy llorando?

sábado, 22 de mayo de 2010

Dejá Vú #2

En esta danza de la realidad me doy cuenta de que existen momentos, diminutos fragmentos de luz que de pronto se aparecen para darnos un mensaje. A veces somos capaces de intepretarlos y ahí darle vuelta a la historia.

El siguiente es un fragmento de luz que un día escribí... y que no leí a su debido tiempo:

"Vivimos constantemente rodeados de cosas y circunstancias que no nos satisfacen, que estan rotas, sucias, descuidadas, que no nos gustan y que simplemente toleramos como un dolor con el que aprendes a vivir y un día (casi siempre tarde) descubres convertido en un cáncer.

Yo quiero estar despierta y limpiar, remendar, acomodar, dejar espacio para las cosas nuevas y buenas y quitar desde lo más profundo las cosas terribles. Aunque queden cicatrices. Quiero estar despierta para mantenerlo."

Claudia de Febrero 2007 (Después de una explosión entre el árbol y el arado, escrito en una servilleta)

jueves, 20 de mayo de 2010

Dejá vú #1

En honor a varios Dejá Vú que he sentido en los últimos días, sacudo estas letras viejas y las echo al aire, a ver a dónde llegan...

Esta es la Claudia de mayo de 2006 (antes de la división):

"Sigo intentando acabarme todos los renglones para que se pase el tiempo y te lleve a cuestas. Te escurres por todas las cosas, por todas las letras, por la luz que ya no tolero.

Sería bueno que tuvieras una sola raíz para arrancarla de una vez y sin mucha delicadeza; pero no es así, estás ahí, incrustado por todos los rincones, ensuciando aún lo que antes no tocabas y no puedo acabar con esto así como quisiera.

Para tí es fácil porque no abres el alma, permites dar una sola cara y es la misma que te quitas como una máscara para empezar de nuevo cuando te es necesario. Así de fácil.

¿Yo? Yo no fuí advertida de que el alma se puede dañar, ensuciar, romper. He ido por la vida exponiéndola a los golpes y ya estoy llena de remiendos. "

miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Y tu papá? Se está maquillando para ir a trabajar...



Solamente dos clases de hijos podemos dar esa respuesta: Los que somos hijos de un payaso(o mimo) o los hijos de un travesti.

Yo pertenezco a la primera clase. Aunque mi confirmada obsesión por los zapatos de tacón, los brillos y las plumas me hace pensar que un gen travestí muy dominante corre por mis venas.

En mi cabeza de niña, pensaba que todos los papás usaban peluca y nariz roja para trabajar y se cambiaban de nombre en un personaje que yo debía respetar; porque aquel de la peluca era otro. El de la peluca era simpático, siempre sonriente, daba consejos y todo el mundo lo quería cerca.

Mi papá tenía cara de señor enojado, era un exigente obsesivo y yo le tenía miedo. Curiosamente había niños que le tenían miedo al payaso, yo, al otro.

No tarde muchos años en descubrir que mi vida no se parecía a la de los otros niños y que tampoco lo añoraba. Años después, también descubrí que esta dualidad de mi padre me daba la oportunidad de elegir; en el momento en que todos hemos llegado a "odiar" a nuestros padres yo tenía dos para escoger y elegí al de la peluca para no odiarlo.

A la fecha, me divierte mucho "payasear" y responder cuando alguien fastidiado me dice ahh cómo eres payasa: "No puedo evitarlo, ¡lo llevo en la sangre!".

Acerca de enamorarse estúpidamente.


Estos errores que se cometen por segunda vez calan en los dientes como un shock eléctrico. Porque así era: Segunda vez ¡Segunda vez! enamorada estúpidamente. Y no me malentiendan, el amor estúpido no es el que se vive con una locura de telenovela barata, no, el amor estúpido es precisamente eso ESTÚPIDO. Enamorarse de un hombre que uno sabe no va para ninguna parte.

Ya había pasado una vez, en la época de la iluminación. En ese entonces tuvo el pretexto de la ilusión de la gran ciudad, el movimiento felino, la ventana al sueño, las señales confusas y los poemas al borde de la cama ¿Y ahora? ¿Ahora qué podía pretextar? NADA.

Estaba en la puerta, con el pelo revuelto y el corazón en la sonrisa; otra vez enamorada estúpidamente, a la merced de un hombre gato, que ronronea, seduce, utiliza la misma táctica predecible con una y otra y otra imagen que se le pone enfrente.

Para amarle sin psicosis tendría que volverse selectivamente ciega, convenientemente sorda, permanentemente sonriente... ¿valdrá la pena?

Ella contestó que sí, porque no todos los amores estúpidos tienen el mismo final... ¿verdad?

Para empezar...







Siempre he tenido mi normalidad.

Ni la profesión de mi papá, ni la voluntad propia de mi pelo, ni mi afán por inventar personajes para jugar de niña me ayudaron mucho. Solía verme en los espejos esperando volverme loca; detectar el segundo en que por fin pudiera ver como se dividia mi personalidad.

No contaba con que la vida me tenía preparada una etapa de "normalidad" de esa asquerosamente común, asquerosamente corriente, peligrosamente segura... y se me olvidó verme en los espejos.

Así que me perdí del instante en que me convertí en dos personas:

Una que vive tratando de reconocerse en las fotos viejas, incrédula de haber permanecido decentemente peinada tanto tiempo; que trata desesperadamente de regresar el orden a una vida que siempre fue surrealista - surrealista sí, pero ordenada - y que ahora es un rompecabezas.

La otra es un espíritu que no pregunta, que ya no duda, que hace lo que se le antoja, que en alguna parte sabe que este desorden es temporal, pero que lo que sigue sea lo que sea, es lo que importa y es para siempre.