Mis
muertos están tan presentes para mí que a veces se me olvidan, con la
misma naturalidad que se me olvidan los vivos, como si aún pudiera
recurrir a ellos en cualquier instante, y a veces ese instante ocurre y
me encuentro con su nombre en mi mano y es ahí cuando caigo: el nombre
ya es memoria y ya no habrá voz ni abrazo y me pongo un poco triste y
decido seguir pensando que están, quizá muy ocupados, en un lugar un
poco lejos al que iré un día sin avisarles...
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